sábado, 13 de diciembre de 2025

La doble moral que ya no convence (y ya ni se esfuerza)


 

Por: 𝒢𝒶𝓈𝓉𝒶𝓃𝒹𝑜 𝒯𝒾𝓃𝓉𝒶🖋️

El gobierno que la derecha defiende con fervor casi religioso hoy no solo está manchado: está exhibido. No por un panfleto ideológico ni por el enojo de sus adversarios, sino por hechos que se acumulan como polvo bajo la alfombra… hasta que alguien decide levantarla.


Ahí están las 95 mil fotografías del patrimonio de Jeffrey Epstein, difundidas por los demócratas del Comité de Supervisión de la Cámara de Representantes. Entre ellas, Donald Trump, sonriente, rodeado de mujeres, en una escena festiva que incomoda no por la imagen, sino por todo lo que la rodea. Trump se ha deslindado, no ha sido acusado formalmente, repiten como mantra. Pero cuando en el expediente aparecen menores de edad, el deslinde suena más a excusa que a aclaración. Hay pasados que no se borran, por más maquillaje político que se les aplique.


Pero Estados Unidos, fiel a su tradición, no se inmuta. Al contrario. La FIFA decidió galardonar este a Donald Trump con el flamante “Premio de la Paz”, una distinción creada apenas en noviembre para reconocer a quienes “contribuyen a unir al mundo”. La escena es perfecta: el país que exporta guerras, bloqueos y sanciones recibe aplausos por la paz; el personaje rodeado de sombras morales recibe un trofeo. Si Orwell viviera, pediría regalías.


Ese es el mismo país que durante décadas se vendió como la reserva moral del planeta, árbitro universal de lo bueno y lo malo. El mismo que hoy pretende dictar cátedra mientras sus archivos siguen oliendo a encubrimiento. La moral que predican termina exactamente donde empiezan sus intereses.


Y como si el guion no fuera suficientemente predecible, ahora intentan vender otro espectáculo: el teatro de la supuesta “extracción” de María Corina Machado desde territorio venezolano hasta Oslo, Noruega, una operación digna de serie de streaming. La dirección corrió a cargo de Bryan Stern, exmilitar estadounidense con pasado en Fuerzas Especiales y actual presidente de la Grey Bull Rescue Foundation. El operativo, bautizado internamente como “Dinamita Dorada”, fue presentado como la misión número 800 de la fundación y uno de sus mayores “desafíos”.


El detalle incómodo es que, en un país como Venezuela, María Corina Machado no tiene el peso político que pretenden vender. Pero eso nunca ha sido un problema: cuando no hay liderazgo interno, se fabrica épica externa. El guion es viejo —muy viejo—: inflar figuras dispuestas a vender su país a intereses extranjeros y presentarlas como heroínas rescatadas, aunque en casa no arrastren ni una cuadra de respaldo popular.


Y mientras se montan estas narrativas, desde Washington se insinúa —con torpeza— que sectores de la derecha mexicana piden intervención. Como si México siguiera anclado en el siglo pasado, como si aquí no hubiera cambiado nada. Pero México ya cambió, y quienes no lo entienden siguen hablando desde un micrófono que ya no conecta.


Peor aún: mientras hablan de “orden internacional”, Estados Unidos es señalado por abordar y asaltar un barco completamente civil. Si se le quita el barniz diplomático, el acto tiene nombre claro y antiguo: piratería. Abordar una embarcación y robarla no se vuelve legal por venir envuelto en la bandera de las barras y las estrellas. Llamarlo de otra manera no cambia la realidad.


Por eso la denuncia de la vicepresidenta ejecutiva de Venezuela, Delcy Rodríguez, ante la Organización Marítima Internacional no es un gesto menor. Es una acusación directa por la violación de la libertad de navegación en el Caribe. Una más. Otra grieta en el discurso del “orden basado en reglas”, reglas que, casualmente, solo aplican para quienes no imprimen dólares.


La información ya está ahí, circulando libre, sin pedir permiso. Ya no se puede manipular como antes. Esto no es el inicio de nada: es la consecuencia. El desgaste de una hegemonía que se creyó eterna, sostenida a fuerza de poder financiero, coerción y una narrativa moral que hoy hace agua.


Lo que presenciamos no es un episodio aislado. Es el lento pero inevitable hundimiento de la dictadura del dólar, de un modelo que se defiende acusando a otros de lo mismo que practica.


La historia no grita. No hace conferencias.

Solo cobra. Y esta vez, ni toda la tinta del mundo alcanza para ocultarlo.


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